
Hace un tiempo, no sé cuanto con exactitud, sucedió el hecho más fantástico, increíble y terrible que alguien se atreva a relatar.
Es inevitable no equivocarse en historias como estas, dado que se han llegado a distorsionar con el paso del tiempo, sin embargo, a aquellos que tengan el interés de continuar con la lectura, les aseguro, no se arrepentirán, pues trato de narrar lo más elocuentemente posible.
He de advertirles también que, quitando toda la ficción de por medio es importante creer en la magia de la naturaleza, es capaz de prepararnos enormes sorpresas.
Juana, era una joven mulata, de esas mujeres que ya casi no hay, de las que al pasar avientan como un ventarrón de hermoso olor que parece quedarse trabado en el aire, con unos ojos enigmáticos como los de un oso montañés a punto de asesinarle, era hermosamente caótica, pero… igual era como esas manzanas que lucen apetitosas por fuera cuando en realidad se están pudriendo por dentro.
La joven, gustaba de tener varios amantes, su interés la llevaba a extraer de sí, todo el orgullo que un humano puede tener, quedándose solo con el necesario para decir, “no, no si no me das algo de efectivo”.
Un día rutinario como cualquiera, la muchacha salió a caminar por la playa cercana, donde conoció al más apuesto marinero, que a decir verdad nunca nadie supo quien era aquel hombre. Y como quien dice, cada quien obtiene lo que merece, bueno pues Juana quedo enamorada.
El extraño partió justo después de dejar a Juana bien dormida.
Ella despertó con el sabor más amargo en la boca, con un vacio en su ser como si algo le comiera las entrañas poco a poco, y lloro, si, esa clase de llanto en silencio que ensordece.
Y después de cualquier drama, locura, amante, relación, alcohol, amigos y fiestas, pasaron los meses más agotadores para cualquier mujer.
Juana dio a luz a un varón, un bebe que al parecer era el fruto de 9 meses en constante odio a los hombres. El niño era espantoso, basta decir que tenia deformidades por todo el rostro y desde luego Juana lo desaprobó como a una cucaracha en su plato de mole.
El niño (Miguelito) creció aislado del mundo fuera de su casa, es más, de su habitación, cuando Juana se tentó el corazón por vez primera decidió llevarlo a la escuela.
Al cabo de unos días el niño comenzaba a ser cada vez mas desdichado que nunca, sufría de burlas, y groserías hasta por parte de sus profesores, bebía del liquido más agrio y añejo existente, cada que ponía un pie dentro de aquel plantel.
Pero un día sucedió, un día todo cambio, un día, tan solo por un día. Bien, Juana no pudo recoger ese día a Miguelito, por lo que tuvo que caminar largo rato, cuando tres niños de su clase lo toparon vagando decidieron arruinar su vida de la manera más inocente, era insoportable ver algo como tal, parecían animales luchando por comida, y cuando Miguel logro zafarse, se adentro al bosque ahí junto a la playa.
Al llegar al centro, encontró el árbol más alto que jamás nadie podrá llegar a imaginar, y enorme fue la sorpresa de Miguel al oírlo hablar.
Sin embargo, era un sentimiento cálido, no temió ni por un segundo, mas bien, se recargo y comenzó a inventarle cuentos que salían de esa deformada cabeza.
Pasaron los días, y conforme pasaban eran más y más amigos, miguelito no llegaba a su casa a veces, e incluso llegaba a faltar a la escuela.
Miguelito parecía, despertar, dormir, comer, vivir por aquel árbol, era la peor adicción conocida.
Juana, en un delirio de preocupación, encerró al pequeño, varios meses, provocándole un gran odio hacia ella, hasta que…
Un día miguel decidió salir a buscar a su amigo, a costa de todo, abrió la puerta, bajo las escaleras, tomo el molcajete de la cocina, se aproximo a Juana y la mato, así, sin más, simplemente aplastando su cabeza.
Pero algo inesperado había tenido lugar al mismo tiempo, el viejo petulante, y chismoso de al lado capto la acción del engendro y dio aviso al pueblo quien sin dudarlo decidió hacer justicia a mano propia.
Miguel corrió, traía a toda la chusma enardecida tras de él, siguió corriendo, tropezó, corrió, brinco, corrió, entro al bosque, corrió, y abrazo a su amigo.
El árbol, con un sentimiento inexplicable de felicidad comenzó a llorar, si, de ese llanto silencioso que ensordece, los pueblerinos llegaron, el árbol cargo a Miguel, y lo abrazo con todas sus fuerzas sin percatarse del daño que cometía.
La gente grito, el árbol, atendió las quejas de Miguel y lo soltó al abismo, donde el retoño padeció.
Los presentes aun cuentan como vieron a aquel adefesio trepar el árbol, enredarse en las ramas, y dejarse caer, pero todos sabemos que solo los que tuvieron bien abiertos los ojos en conjunto con la mente, esa noche, son los que vieron al árbol agonizante matar al niño.
Adrián Vargas González.